«Mi experiencia después de alojarme en la MMR»
Me alojé en Maison Marie-Rollet durante dos semanas con mis tres adolescentes. Es una casa con un personal muy hospitalario y acogedor. Durante mi estadía, estuve acompañada por mis hijos además de las asesoras. Esto nos ayudó mucho.
Cuando terminó mi estadía, me ofrecieron la posibilidad de recibir seguimiento posterior por parte de una asesora. Acepté de inmediato. De hecho, no solo recibí la ayuda de una asesora para adultos, sino también de una para jóvenes. Esto último me ayudó a comprender mejor el impacto de la violencia en mis hijos y me proporcionó la ayuda necesaria para apoyarlos en su sufrimiento. ¡Soy afortunada de haber recibido esta ayuda!
Dos de mis hijos habían abandonado la escuela. Las drogas, la bebida, los pensamientos suicidas eran parte de su vida. Por suerte, el menor conservó su motivación en la escuela. Yo sola no podía con todo esto. Después de veinte años de matrimonio y cuatro hijos, era difícil aceptar que vivía en un entorno de violencia familiar.
Si supieran hasta qué punto las asesoras lograron abrirme los ojos, pues a veces dudaba de haber vivido una violencia tan grave. Me explicaron los tipos de violencia, los efectos sobre las víctimas, las formas de salir, a la vez que me decían que debía «darle tiempo al tiempo». Después de cada encuentro, me iba cada vez con más herramientas.
Lo que más me sorprendió de esas intervenciones fue hasta qué punto las asesoras conocían los efectos de la violencia en las víctimas y comprendían los tipos de violencia. Siempre me sentí escuchada e incluso tenía la impresión de que mi asesora sabía más sobre mi experiencia y mi percepción que yo misma. No lograba comprenderme ni percibir bien mis emociones. Su respeto, su atención empática, su dulzura y su bondad me hacían sentir completamente bienvenida y apreciada. Lo mismo sucedió con la asesora para jóvenes. ¡Recibí mucho amor y generosidad de parte de las asesoras! Me hizo mucho bien tenerlas en mi vida. Sin ellas, sin mi resiliencia y mi implicación no lo hubiese logrado.
También participé en grupos de apoyo, los cuales me permitieron compartir mi experiencia y constatar que no era la única en ese proceso de deconstrucción. Podíamos apoyarnos mutuamente.
Hoy, después de 5 años, puedo decir que me siento mucho mejor y con más serenidad. Ya no soy la mujer de antes y me siento orgullosa.
Estos años de sufrimiento me han permitido descubrir un mundo y un entorno que no conocía, es decir, los refugios para mujeres. Esto me ha hecho más sensible a la causa de las mujeres y más humana. Actualmente puedo decir que, a pesar de todos aquellos años de sufrimiento, tengo la impresión de haber dado un gran paso hacia delante…que es necesario mantener la esperanza, porque al final la luz al final del túnel acabará apareciendo. Y cuando miramos hacia atrás, nos damos cuenta de que la oscuridad permite apreciar hasta qué punto es dulce y reconfortante esa luz.
Para terminar, le digo a todas las mujeres víctimas de violencia: «¡Acepten la ayuda que se les ofrece, no se queden solas!» ¡Hay que hablar para poder liberarse! Pueden estar seguras de que todas las asesoras con las que conviví, directa o indirectamente, son mujeres con un gran corazón y sin prejuicios.
¡A reconstruirse y mantener el rumbo!
Estuve casada durante 22 años, con cuatro hijos nacidos de esa unión que pensé que duraría toda la vida.
Pero un día, quizás algunos dirán que tardé demasiado, me fui con tres adolescentes que aún vivían en casa. ¡Ese día fue suficiente! Me fui sin decirle nada…
Me tomó años darme cuenta de que mis hijos y yo vivíamos en un entorno de violencia familiar. Una violencia a veces tan perspicaz que destruye poco a poco a todos los que están sometidos a ella. Como me decía mi hija: «¡Papá jugó con mi cerebro!» Él me hacía creer que era yo la que tenía un problema.
Una vez abandonando físicamente ese medio nocivo, es necesario salir psicológicamente y avanzar. Es un camino largo, lleno de obstáculos. Como bien me decía mi asesora: «¡hay que darle tiempo al tiempo!» Escapar para reconstruirse y recuperar una vida tranquila no es fácil al principio, sobre todo cuando tienes hijos a los que debes apoyar en su dolor y sufrimiento cuando estás profundamente herida.
Cuando me fui, me convertí en capitana de un barco tambaleante en el que la comunicación con mi tripulación era discordante. Me parecía ir arrastrando a unos pasajeros que preferían distraerse (drogas, bebida, abandono escolar) para olvidar su paso por un barco pirata. Tenía la impresión de que ellos querían aprender a maniobrar para navegar hacia un horizonte nuevo y tranquilo. Intentaba ayudarles a sobrellevar el dolor, curar sus heridas, devolverles la confianza en sí mismos, etc. Izaba las velas yo sola… «Oh, marinero al agua!»… tenía que lanzar el salvavidas para devolver al pasajero a bordo y cuidar de él. Intenté poner una baranda alrededor de puente para proteger a mis tripulantes. Sin embargo, esto no fue suficiente… volvían a caerse al agua. Los cuidaba de la mejor manera que me era posible.
Durante esta etapa, el barco no avanzaba; estaba varado ante la fuerza del viento y parecía retroceder, empujado por la poderosa corriente de las profundidades del océano. Por un momento, perdí el valor, quería refugiarme y abandonarlo todo, sin importar el amor hacia mi tripulación. Tenía la sensación de timonear un barco viejo, en mal estado, evitando ir a la deriva.
Por fortuna, durante este largo viaje —que aún no termina—, jamás se interrumpió la comunicación con tierra firme. Solo Dios sabe hasta qué punto me ayudaron el apoyo, la escucha y el aliento de los asesores de «navegación» para sortear la violencia; gracias a ellos fue que mi tripulación y yo no zozobramos.
Con el paso del tiempo y con mucho amor, paciencia, resiliencia y apoyo de personas bondadosas y respetuosas, hemos mantenido el rumbo hacia un horizonte más pacífico y armonioso. Mis hijos están mejor a pesar de sus heridas, aún presentes. Espero que más adelante, si sienten la necesidad, acepten ayuda profesional. La lección es que no estuve sola durante la travesía. Hay profesionales que saben escucharnos, comprenden la magnitud de la violencia y sus efectos en las víctimas al tiempo que respetan nuestro ritmo de navegación. Fue gracias a estas bondadosas personas y a mi humildad para aceptar su ayuda que logré cambiar el rumbo de mi vida y salir adelante.
¡Agradezco a las asesoras en temas psicosociales que me ayudaron durante todo mi proceso personal! Les estoy muy agradecida.