Las mujeres del refugio comparten su historia

Durante mi estadía en el refugio pude compartir mi historia con mujeres maravillosas y fuertes que me ayudaron a resolver mi situación legal y ante la Dirección para la Protección de la Juventud (DPJ), así como a comprender la situación que había vivido y me apoyaron moral y psicológicamente a enfrentar mi realidad. Además, pude compartir espacios con otras mujeres estupendas que llegaron al mismo tiempo con las que pudimos intercambiar historias y entablar amistad. Hace tiempo que no veo a muchas de ellas, pero quisiera decir que las llevo en mi corazón todos los días. Mi estancia en el refugio fue el primer paso para comenzar una vida autónoma, independiente, para recuperar mi poder de mujer y de madre, liberarme de ese antiguo vínculo y construir mi nueva vida en Quebec. Actualmente tengo un trabajo en informática, hablo mejor el francés, vivo con mi hijo y encontré la fuerza para comenzar nuevos proyectos aquí mismo en Quebec. Gracias a las asesoras y compañeras, aprendí y comprendí que no hay fronteras mientras el amor y la confianza en nosotras prevalezcan, junto con el coraje para seguir avanzando.

«Encontré mi alegría de vivir gracias a Maison Marie-Rollet»

 

Viví dos años en una relación tóxica. Era infeliz debido al maltrato de mi exmarido, que se la pasaba criticando mi personalidad, mi forma de hablar, mi ropa, mi familia, los libros que leía, la comida que preparaba… ¡todo! Todo lo que él amaba de mí y que le parecía extraordinario antes de casarnos se le volvió insoportable; de criticarme pasó a denigrarme, luego a descuidarme y finalmente a ignorarme. Estaba convencido de que la muchacha inmigrante que no conocía a nadie en Quebec y que había dejado su mundo, su empleo y su familia en su país de origen, su mujer que dependía de él social y financieramente y que no tenía una residencia permanente en Quebec debía someterse a sus órdenes y obedecer todo lo que exigía.

 

Viví en un aislamiento total. Él se iba a trabajar durante semanas y me dejaba a cargo del hijo del que tenía la custodia parcial. Me di cuenta de que solo era una niñera y de que la idea de que yo saliera a trabajar era una pesadilla para él.  En el momento en que recibí mi permiso temporal de trabajo y encontré un empleo, su ira se manifestó. Desde la primera semana comenzó a cobrarme el alquiler en su propia casa, sabiendo que él ganaba cinco veces más que yo y que recibía ingresos de otras viviendas. Yo le pagaba todo lo que él exigía y no me quedaba nada. 

 

¡Pasó de ser un hombre hiriente, ignorante y denigrante pero generoso a ser acosador, amenazador y violento! ¡Pues sí! No le interesaba que yo obtuviera mi independencia, sino que siguiera siendo la niñera de su hijo y la encargada de los quehaceres domésticos, hasta que un día me sacó de la casa en pleno invierno, a las diez de la noche, durante la pandemia… ¡porque su cama no estaba lista a la hora de dormir! A mí, que había pasado el fin de semana limpiando su villa de dos pisos y el sótano mientras él pasaba tiempo con su hijo.

 

Ese día, la policía intervino para hacerme permanecer en casa, pues ningún otro lugar estaba abierto y yo no conocía a nadie que me pudiese alojar. ¡Lloré como nunca! ¡Tenía que quedarme en casa de mi agresor! Intenté contactar a distintos albergues comunitarios y con las medidas contra la COVID al comienzo de la pandemia, ¡estaba desesperada! La tensión se redujo luego de este incidente, pero la presión para que yo dejara mi trabajo y el maltrato seguían latentes.

 

Era muy infeliz, estaba ansiosa, lloraba día y noche y en el trabajo; mi vida personal afectaba terriblemente mi vida profesional, hasta el día en que mi directora decidió contactar a los recursos de ayuda que me pusieron en contacto con la Maison Marie-Rollet, quienes sin dudarlo aceptaron albergarme. Me contactó directamente la asesora, que se tomó el tiempo de escucharme, analizar la situación y proponerme soluciones no solo de alojamiento para mí, sino para resolver mi situación en general.

 

En los intercambios con la asesora encontré todas las respuestas a mis preguntas. No obstante, el miedo y el círculo de violencia me impedían aplicar de inmediato sus consejos, pero para mi enorme sorpresa ella fue muy comprensiva y siguió llamándome para estar al tanto de mi situación. 

 

El día que se cerraron las puertas de la casa de mi ex, las de la Maison Marie-Rollet se abrieron por completo para recibirme en un ambiente de humanidad excepcional y no tardó en surgir una confianza mutua entre las asesoras y yo.

 

No pasó mucho tiempo antes de que encontrara una vivienda segura. El seguimiento posterior a mi estadía en el refugio me ofreció su atención sin juzgarme, recursos e información para ayudarme en mi proceso de divorcio y la regularización de mi situación de residencia. 

 

Hoy, gracias al apoyo de la Maison Marie-Rollet y sobre todo a la orientación posterior de las asesoras, reencontré mi equilibrio y mi alegría de vivir. 

 

Si pudiera dar un consejo a alguien que vive en un entorno de violencia, sería que confíe en los profesionales. ¡Los resultados valen la pena!

 

Una vez más, ¡MUCHAS GRACIAS!

«Mi experiencia después de alojarme en la MMR»

 

Me alojé en Maison Marie-Rollet durante dos semanas con mis tres adolescentes.  Es una casa con un personal muy hospitalario y acogedor.  Durante mi estadía, estuve acompañada por mis hijos además de las asesoras.  Esto nos ayudó mucho.

 

Cuando terminó mi estadía, me ofrecieron la posibilidad de recibir seguimiento posterior por parte de una asesora. Acepté de inmediato. De hecho, no solo recibí la ayuda de una asesora para adultos, sino también de una para jóvenes. Esto último me ayudó a comprender mejor el impacto de la violencia en mis hijos y me proporcionó la ayuda necesaria para apoyarlos en su sufrimiento.  ¡Soy afortunada de haber recibido esta ayuda!  

 

Dos de mis hijos habían abandonado la escuela. Las drogas, la bebida, los pensamientos suicidas eran parte de su vida. Por suerte, el menor conservó su motivación en la escuela. Yo sola no podía con todo esto.  Después de veinte años de matrimonio y cuatro hijos, era difícil aceptar que vivía en un entorno de violencia familiar.

 

Si supieran hasta qué punto las asesoras lograron abrirme los ojos, pues a veces dudaba de haber vivido una violencia tan grave. Me explicaron los tipos de violencia, los efectos sobre las víctimas, las formas de salir, a la vez que me decían que debía «darle tiempo al tiempo».  Después de cada encuentro, me iba cada vez con más herramientas.

 

Lo que más me sorprendió de esas intervenciones fue hasta qué punto las asesoras conocían los efectos de la violencia en las víctimas y comprendían los tipos de violencia. Siempre me sentí escuchada e incluso tenía la impresión de que mi asesora sabía más sobre mi experiencia y mi percepción que yo misma. No lograba comprenderme ni percibir bien mis emociones. Su respeto, su atención empática, su dulzura y su bondad me hacían sentir completamente bienvenida y apreciada.  Lo mismo sucedió con la asesora para jóvenes. ¡Recibí mucho amor y generosidad de parte de las asesoras! Me hizo mucho bien tenerlas en mi vida. Sin ellas, sin mi resiliencia y mi implicación no lo hubiese logrado.  

 

También participé en grupos de apoyo, los cuales me permitieron compartir mi experiencia y constatar que no era la única en ese proceso de deconstrucción. Podíamos apoyarnos mutuamente.

 

Hoy, después de 5 años, puedo decir que me siento mucho mejor y con más serenidad. Ya no soy la mujer de antes y me siento orgullosa.  

 

Estos años de sufrimiento me han permitido descubrir un mundo y un entorno que no conocía, es decir, los refugios para mujeres. Esto me ha hecho más sensible a la causa de las mujeres y más humana. Actualmente puedo decir que, a pesar de todos aquellos años de sufrimiento, tengo la impresión de haber dado un gran paso hacia delante…que es necesario mantener la esperanza, porque al final la luz al final del túnel acabará apareciendo. Y cuando miramos hacia atrás, nos damos cuenta de que la oscuridad permite apreciar hasta qué punto es dulce y reconfortante esa luz.

 

Para terminar, le digo a todas las mujeres víctimas de violencia: «¡Acepten la ayuda que se les ofrece, no se queden solas!» ¡Hay que hablar para poder liberarse! Pueden estar seguras de que todas las asesoras con las que conviví, directa o indirectamente, son mujeres con un gran corazón y sin prejuicios.

 

¡A reconstruirse y mantener el rumbo!

 

Estuve casada durante 22 años, con cuatro hijos nacidos de esa unión que pensé que duraría toda la vida.

 

Pero un día, quizás algunos dirán que tardé demasiado, me fui con tres adolescentes que aún vivían en casa. ¡Ese día fue suficiente! Me fui sin decirle nada…

 

Me tomó años darme cuenta de que mis hijos y yo vivíamos en un entorno de violencia familiar. Una violencia a veces tan perspicaz que destruye poco a poco a todos los que están sometidos a ella. Como me decía mi hija: «¡Papá jugó con mi cerebro!» Él me hacía creer que era yo la que tenía un problema.

 

Una vez abandonando físicamente ese medio nocivo, es necesario salir psicológicamente y avanzar. Es un camino largo, lleno de obstáculos.  Como bien me decía mi asesora: «¡hay que darle tiempo al tiempo!» Escapar para reconstruirse y recuperar una vida tranquila no es fácil al principio, sobre todo cuando tienes hijos a los que debes apoyar en su dolor y sufrimiento cuando estás profundamente herida.

 

Cuando me fui, me convertí en capitana de un barco tambaleante en el que la comunicación con mi tripulación era discordante. Me parecía ir arrastrando a unos pasajeros que preferían distraerse (drogas, bebida, abandono escolar) para olvidar su paso por un barco pirata. Tenía la impresión de que ellos querían aprender a maniobrar para navegar hacia un horizonte nuevo y tranquilo.  Intentaba ayudarles a sobrellevar el dolor, curar sus heridas, devolverles la confianza en sí mismos, etc. Izaba las velas yo sola… «Oh, marinero al agua!»… tenía que lanzar el salvavidas para devolver al pasajero a bordo y cuidar de él. Intenté poner una baranda alrededor de puente para proteger a mis tripulantes. Sin embargo, esto no fue suficiente… volvían a caerse al agua. Los cuidaba de la mejor manera que me era posible. 

 

Durante esta etapa, el barco no avanzaba; estaba varado ante la fuerza del viento y parecía retroceder, empujado por la poderosa corriente de las profundidades del océano. Por un momento, perdí el valor, quería refugiarme y abandonarlo todo, sin importar el amor hacia mi tripulación. Tenía la sensación de timonear un barco viejo, en mal estado, evitando ir a la deriva.

 

Por fortuna, durante este largo viaje —que aún no termina—, jamás se interrumpió la comunicación con tierra firme. Solo Dios sabe hasta qué punto me ayudaron el apoyo, la escucha y el aliento de los asesores de «navegación» para sortear la violencia; gracias a ellos fue que mi tripulación y yo no zozobramos.

 

Con el paso del tiempo y con mucho amor, paciencia, resiliencia y apoyo de personas bondadosas y respetuosas, hemos mantenido el rumbo hacia un horizonte más pacífico y armonioso. Mis hijos están mejor a pesar de sus heridas, aún presentes. Espero que más adelante, si sienten la necesidad, acepten ayuda profesional. La lección es que no estuve sola durante la travesía. Hay profesionales que saben escucharnos, comprenden la magnitud de la violencia y sus efectos en las víctimas al tiempo que respetan nuestro ritmo de navegación. Fue gracias a estas bondadosas personas y a mi humildad para aceptar su ayuda que logré cambiar el rumbo de mi vida y salir adelante.

 

¡Agradezco a las asesoras en temas psicosociales que me ayudaron durante todo mi proceso personal! Les estoy muy agradecida.

«Tres millones de preguntas»

 

Las preguntas del antes

 

¿Por qué no entiende? ¿por qué no escucha? 

 

¿Por qué ya no respondo? ¿por qué tengo la impresión de estar muda?

 

¿Por qué no se interesa en los hijos? ¿por qué no participa?

 

¿Por qué no lo logro? ¿por qué no puedo hacerlo feliz?

 

¿Por qué debo contestar yo sola a las preguntas de mis hijos?

 

¿Por qué no tengo derecho a alguien que me apoye y con quien compartir las responsabilidades?

 

¿Por qué soy yo quien debe tener un segundo empleo?

 

¿Por qué soy yo quien tiene que pagar todo? 

 

¿Por qué mis hijos le piden que deje de gritar?

 

¿Por qué me identifico con este anuncio, con esa pareja de la televisión que todo mundo detesta?

 

Las preguntas del durante

 

¿Por qué tuve que pedir ayuda para poder dejarlo?

 

¿Por qué nadie me dijo que lo que yo vivía era violencia psicológica?

 

¿Por qué debo proteger a mis hijos de su padre?

 

¿Por qué soy la única que habla por ellos?

 

¿Por qué tuvimos que llegar a esto? ¿Por qué fui yo quien separó a mi familia?

 

¿Por qué él reacciona de esta manera?

 

¿Por qué quiero regresar con él? 

 

¿Por qué lo amo y lo odio al mismo tiempo?

 

¿Por qué no puedo decirle a las personas que me rodean que aún lo amo?

 

¿Por qué tengo tantas ganas de creerle? 

 

¿Por qué no estoy más enojada? ¿Por qué estoy tan enojada hoy?

 

¿Por qué estoy aquí, por qué no pude lograrlo sola?

 

¿Por qué necesito ayuda, por qué estoy en un refugio?

 

¿Por qué dejé que durara tanto? ¿Por qué dejé que alguien me quitara todo?

 

¿Por qué es tan largo el proceso? 

 

¿Por qué debo repetir mi historia una vez más?

 

¿Por qué no puedo encontrar otro alojamiento rápidamente? 

 

Las preguntas del después

 

¿Por qué no me fui antes?

 

¿Por qué él sigue siendo capaz de afectarme? ¿Por qué sigue pensando que no valgo nada?

 

¿Por qué me ataca de esta manera? ¿Por qué no había pensado en él desde hace una semana?

 

¿Por qué debo seguir viéndolo cada dos semanas? ¿Por qué sigue siendo mi responsabilidad?

 

¿Por qué me gustó la sonrisa de aquel hombre en la calle? ¿Por qué finalmente soñé con alguien más?

 

¿Por qué esperé tanto tiempo para creer en mí?

 

¿Por qué dudé durante tanto tiempo antes de aceptar este nuevo reto?

 

¿Por qué vuelve cuando todos los ámbitos de mi vida van tan bien?

 

¿Por qué le di tanto poder?

 

¿Por qué sigo teniendo el instinto de protegerme?

 

Por qué ya no estoy en la oscuridad.

 

Por qué no aposté por mí antes.

 

¿Por qué he intentado durante tanto tiempo? 

 

¿Por qué decidí hablar al respecto hoy en el trabajo?

 

¿Por qué ahora logré tener un buen círculo de amistades?

 

¿Por qué alquilar cuando puedo comprar; puedo hacerlo sola?

 

¿Por qué creía tener necesidad de él?

 

¿Por qué dudé, si puedo pagarlo todo?

 

¿Por qué mis hijos parecen felices y menos ansiosos?

 

¿Por qué sigo teniendo tantas preguntas sin respuestas y respuestas que no me pertenecen?

 

¿Por qué tuve la fuerza para pedir ayuda y seguir haciéndolo? Porque ya no me sentía sola, ni incomprendida, ni juzgada, ni presionada.